21/11/10

vocación

Despertarse un buen día en la mañana. Resignación sistemática, pero el corazón marca el compás de una marcha revolucionaria. Lavarse los dientes, ponerse la camisa, atacar a (o ser atacado por) la disonancia en las calles. Potencialmente un carro, sino la vieja esquizofrenia un manicomio a cuatro ruedas con un locutor haciendo acrobacias con medio cuerpo afuera. De tal manera bajarse en el paradero, pretender con un café: Entrar a donde sea, tratar de salvar la vocación con cinco minutos de lectura (y si la cosa está difícil, un cigarro). Entrar al estrado, y, si esto es un show infantil, arremeter sobre, digamos, "Mi planta naranja lima", pero si el público son los viejos jóvenes intelectuales confundidos y pastrulos, aturdirlos con franceses del siglo diecinueve que sabes que ninguno ha leído. Repetir un determinado número de veces, volver a casa, tratar de escribir pero darse cuenta que el cerebro de uno no da para tanto, y hacer un simulacro de lecho de muerte tirado en la cama viendo televisión, rogando que la noche no se acabe nunca, valorando esos momentos entre sábanas con las luces apagadas y en una soledad absoluta como cuando se era un niño. Se perdió la inocencia, se derrumbó la torre de babel, pero al menos nunca se perdió la causa.

3 comentarios:

papi