29/9/11

la borracha

La borracha

Cuántas veces

Viste

A la filósofa

Borracha

Cuántas veces

Vas a ver

A estos vagos

Borrachos

Cuántas veces

Weon

25/9/11

una cosa que tengo que decirle a alguien

no tienes que gritar.
no tienes que poner la cara que siempre pones,
decir la frase que siempre dices,
reírte de mentira, como siempre,
mirar hacia el mismo lado de siempre,

no tienes que sorprenderte
con cosas que no son sorprendentes
ni elogiar indiscriminadamente
a cada tipo que reconoces en una película,

no te voy a odiar
por el resto de tu vida
si no me hablas
de lo inmensamente largo
y doloroso que es esto,

de lo interminablemente incómodo
que es
estar mirándome morir
un lugar más adelante en esta fila,

No voy a empezar a evitarte
si usas las frases de siempre
para decir cosas prohibidas.

no tienes que hablar en voz baja,
como queriendo que nadie más escuche
que no te gustan esas cosas
que a nadie le deberían gustar.

lo preferiría, huevón.

22/9/11

oe

es una plantita..

20/9/11

la muerte

lo más valioso que oí de un cura es que se crece cuando se toman decisiones. hoy decidí que ya no quiero volver a ver ese estúpido numerito (que ni me acuerdo cuál es) que salía antes al costado del título de mi blog, ni esa estrellita, ni esos colores deprimentes,

lo más enigmático que oí de un filósofo es ¿qué es una muerte?

hola

soledad

(deslízate hacia alguien que le interese lo que vas a decir.)

solo te arrellanas en compañía.
nisiquiera prestas atención:
este es el único momento
en el que te das cuenta
cuánto brilla el sol
a través de la ventana.

11/9/11

La vida

La vida es como la digestión: Algunas cosas caen mal al estómago, pero al final todo se puede cagar.

7/9/11

hola baby

eres lo que veo
cuando hundo mis ojos
en el antebrazo
tratando de no pensar
en las jeringas
y en las
menstruaciones

Dota

Carajo, son las siete. Eso es lo que dijo el primero en dejar la cerveza en la mesa y lo que retumbó en mi cabeza como una alarma. Por quedarme a tomar chelas con mis amigos de la facultad me cayó la noche y faltaba apenas una hora para la fecha de entrega de la monografía acerca de la poesía de Borges que no había impreso. Esperé un momento más. Justo me había servido un vaso y sentía que si lo secaba, o lo tomaba muy rápido, caería en el abismo de la borrachera clínica y ahí de ninguna manera podría entregar el trabajo. Tranquilo, tomando de a pocos, aproveché un silencio para comentarle a mis amigos que tenía que imprimir la evaluación parcial del curso a través del cual nos habíamos conocido.

-¡Mierda!- dijo uno, levantándose rápidamente. -¡Yo también! Sécate ese vaso y vamos al vicio.

Seguí su instrucción. Cerré los ojos, hundí el rostro en las manos y me quedé así hasta que mi amigo me sometió a palmadas violentas que solo me marearon más. Me incorporé lo más rápido que pude (debí demorarme unos cuarenta segundos) y fuimos en un riguroso zigzag hasta la cabina de Internet que quedaba al costado del chupódromo. Tocamos la puerta varias veces. Era difícil que te abran a la primera porque el sonido de los golpes en la puerta metálica era apenas distinguible entre los gritos de los terroristas y los policías, los orcos y los humanos, los centinelas y los no-muertos.

(Cuando hablamos de esa cabina, y las cabinas en general, hablamos de un universo cíclico, una temporalidad viciosa. Los terroristas y los policías aparecen súbitamente dentro de una mansión, unas ruinas o un templo. Consiguen armas mediante una combinación mental de códigos. Cuando todos los de un bando se mueren, reviven y se repite la escena. Los orcos y los humanos aparecen en un campo, en el que hay vastos bosques y minas de oro ya disponibles para la recolección de recursos para crear seres que cumplen diversas funciones. Antes de poder crear a estos seres hay que construir granjas para que puedan estar bien alimentados cuando lleguen al mundo. Los centinelas y los no-muertos están en una guerra que sería perfectamente pareja si no fuera porque intervienen personajes provenientes de una cantina en el bosque. La guerra siempre se repite con la misma estrategia, los mismos soldados, el mismo territorio y el mismo conflicto. Los héroes de la cantina tienen habilidades mágicas que sirven de apoyo para los ejércitos y son los que deciden quién gana.)

Después de unos cinco minutos abrió la puerta el encargado de la cabina. No tenía computadoras libres, pero igual pasamos a esperar una: Era nuestra única opción. Me quedé parado frente a una televisión en la que se cambiaba el destino de la final del último mundial. Ahora Holanda estaba ganando 2-1 en el primer tiempo, y el delantero titular era Van Nistelrooy, como debió ser. Tenía miedo de vomitarle encima a uno de los entrenadores, por lo que me alejé de la zona de los PlayStations y empecé a dar vueltas por el pabellón de las computadoras. Se estaba librando otra gran batalla entre centinelas y no-muertos. Estaban usando la misma estrategia de siempre: Correr en grupos pequeños enviados desde cada base exactamente al mismo tiempo hacia el centro del camino, donde se encontrarían y pelearían parejamente. Los héroes de la cantina ya no estaban participando de ese conflicto, apenas se estaban peleaban entre ellos en un río alejado de las trochas.

-¡MÉTELE ULTI! ¡MÉTELE ULTI!

-¡NO TENGO MANÁ HUEVÓN MÉTELE STON!

-¡MÉTELE ULTI! ¡OE IMBÉCIL POR QUÉ NO LE METES ULTI!

Por más que era el monitor el inocente sometido a la saliva y las ruidosas quejas de los viciosos, el que no tenía maná interpretaba a Lion, y el que no había metido “ston” era Leoric. Ambos estaban ubicados a dos extremos del pabellón de las computadoras. Quizás nunca se habían visto la cara, pero eso no le quitaba mérito a la oportunidad. Era el desfogue perfecto.

Las borracheras quizás no razonen pero manejan sabiduría. Saben que te están cagando el hígado, por eso siempre, al menos una vez, te cae una señal, sea lingüística o motora, de que tiene un lado negro el trago. De alguna forma haces un mal movimiento, una mala articulación; algo pasa y se rompe algo, sea un florero, un corazón, una dignidad. En este caso se rompió una conexión. Se desocupó una computadora, así que me acerqué hacia ella. Estaba lejos de donde yo estaba: Tenía que atravesar toda una fila de computadoras dedicadas a la guerra. Cerca, cerquísima, recordé a Vallejo y no a Borges, a quién debí haber imprimido muchas horas antes y no ahora, porque en la puerta del horno sentí la crepitación de una extensión quemándose y todas las computadoras se apagaron. Los menos comprometidos soltaron un “¿oe qué?”, los más hinchas se quedaron perplejos mirando el monitor negro. Yo no me había movido. El encargado, que me conocía, se acercó a la puerta con la llave en la mano haciéndome una señal de que me vaya. Pude ver un instante de su semblante fúnebre. Escuché las sillas moviéndose y supe que tenía que salir de ahí.

Corrí. Todo el camino a la Marina, donde podría tomar un micro para irme a cualquier otra parte, estuve deseando que cualquiera de los dos bandos, o los centinelas o los no-muertos, apareciera corriendo estúpidamente hacia el peligro como siempre lo hacían y detengan al grupo de veinte héroes de cantina que corrían detrás de mí esperando que se les recupere el maná para meterme “ston” y achicharrarme con un “ulti”.

3/9/11

otro ejercicio narrativo

pan con mermelada. zapatillas. perry

2/9/11

un ejercicio narrativo

él tiene la razón!!! (porque yo estoy de acuerdo con lo que dice)