15/12/11

Ley marcial

Cuando llegamos Lidia y yo a la casa de Gabriel lo hicimos de la mano, besándonos apenas nos sentamos, y sin interactuar con nadie más hasta 15 minutos más tarde, cuando el mismo Gabriel demandó que pusiéramos plata para comprar trago. Sentí la frialdad, pero al mismo tiempo no. Tengo esta cosa; la dicotomía entre lo que está bien porque lo dice la sociedad y lo que está bien porque lo digo yo. Tengo mis propias construcciones acerca de las dos, que sé, perfectamente, como tú también debes saberlo, que no se asemejan en nada a las que son en ‘la realidad’, o, para evitar más debates, a las que son en tus percepciones del mundo; sé que como yo lo veo, si lo ves, realmente, si lo miras, es decepcionante porque es totalmente otra cosa en comparación a lo que tú ves, quizás llegue a ser como la diferencia entre naranja y rojo, o mejor, quizás tan sutil (al menos en nuestros ojos de literatos: blanco y negro, y esto no es una metáfora) como la diferencia entre rojo y escarlata, pero es una gran diferencia de todas formas. Incluso teniendo mis propios parámetros me generan dudas las leyes compuestas por mí: ¿responden a un interés inmediato? ¿Al deseo? ¿O realmente me parece bien? ¿Me parecería mal porque no se parece a mi idea de ley social universal? En fin. La sentía y no la sentía, a la frialdad. Marco estaba siendo cortante conmigo, ¿pero no es cortante siempre? O, Gabriel realmente no me quiso invitar un cigarro, ¿porque siempre le pido y ya se hartó o porque está expresando desacuerdo? Yo hice los chistes de siempre, con mi flamante chica al costado, nuestro viaje a Pucallpa, la película que vimos ahora en la tarde, los músicos con los que nos juntamos, lo que dijo su mamá en el almuerzo.

Ya estábamos tomando y llegó Ramón. Cuando nos saludó a Lidia y a mí lo hizo mirando al piso. A Marco le dio un abrazo silencioso. Chupamos un rato. Cuando Ramón hablaba, yo no lo hacía, y viceversa. A Lidia le daba igual, hablaba siempre, indiscriminadamente, apenas encontraba el anzuelo de algo que le interese. Después de un rato Marco, excitado de pronto, sugirió que jugáramos “Verdad o lapo en la cara”. La persona a tu derecha te da para elegir entre responder a una pregunta comprometedora o dejar que te meta una cachetada en la cara. Aceptamos todos. Pasaron unas rondas de lo más tranquilas, con lapos suaves y preguntas estúpidas. En una a Marco le tocó hacerme una pregunta, y yo le dije, sonriendo, que quería un lapo en la cara. Él se levantó con seriedad. Se acercó, y en vez de peinarme, cogerme la cara, fastidiarme, como solía meter los lapos en la cara, me metió una cachetada como las de mi madre, o peor, como las de mi padre, un porrazo en la cara, una aventada dentro de una celda, una detención por plagio, una suspensión por préstamo de carné bibliotecario. No se disculpó. Solo Lidia se sobresaltó. Marco se sentó, y le respondió a Gabriel que quería una verdad. ¿Quién es mejor: Tolstoi o Dostoievski? Dostoievski.

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