12/12/10

Vargas Llosa escribe "El sueño del celta", Dammert escribe "El sueño de Lorena"

Cuando me di cuenta estaba en una situación adversa por varios motivos: Estaba muy lejos de mi casa, tenía que ir para allá, estaba lloviendo y la zona era muy peligrosa para irse tan adentrada la noche sin que alguien me acompañe al paradero. Entonces me senté y esperé a que amanezca.

Y amaneció, entonces salí a la calle para irme lo más rápido posible. En ese momento sentía unas ganas inmensas de quedarme callada, de no darle explicaciones a nadie, y justamente en ese momento vi a mi amiga Mariana al otro lado de la calle. Me escabullí, para evitar cualquier tipo de preguntas, y adentrándome por callejones y callecitas paralelas a la avenida principal por la que iba me topé con una profesora de la universidad.

-¡Qué bueno verte! Ven, te llevaré a mi casa.

Me llevó a una cabañita de esteras, y cuando me acerqué a mirar por la ventana me di cuenta que habíamos llegado al estacionamiento de la universidad, y que ahí quedaba su casa. Me senté, un poco perpleja, pero en ese momento me di cuenta que tenía una urgencia totalitaria de ir al baño. Ojeé la casa, y empecé a prestar atención a lo que me decía la profesora para poder desviar la conversación a una pregunta oportuna acerca de su baño. Era un reniego frustrante.

-No sabes, han subido muchísimo los precios de las verduras y ya no puedo preparar nada rico para almorzar. Y, ¿sabes qué? El amor verdadero solo dura once años. Después, todo se vuelve apenas una huevada. Un trámite. Tú no te compliques la vida, no te fijes en ningún hombre, o en ninguna mujer si eso te gusta, o en ningún animal si te quieres ir por esas ramas, o en ningún…-

Dejé de escuchar y me puse a evaluar lo que me decía. El recuerdo y la súbita realización de que estaba enamorada desvanecieron de mi organismo las ganas de cagar. Ahora la indignación había encendido la mecha de mi réplica y realmente tenía ganas de salir de ahí. Pero por tanto molestarme me dieron más ganas de ir al baño, por lo que apelé a mi mayor sinvergüencería y corrí a la primera puerta que encontré en la casa, que resultó ser justamente la que deseaba.

Para mi desaire todo estaba lleno de mierda por todos lados, por lo que tuve que sacar un papel higiénico de un estante y ponerme a limpiar. Finalmente usé el baño y arrojé el acumulado de papel con el que limpié toda la mierda que hubo en ese cuarto desde que entré en una canasta donde estaban los maquillajes de la profesora, que seguía renegando en el cuarto contiguo. Salí, y me senté a escucharla, como si nada, cuando me di cuenta del detalle: Había llenado todos sus cosméticos de mierda. Me puse un poco nerviosa, y ahora sí le dije que tenía que ir al baño.

-Claro, claro, anda nomás hijita, pero no te demores mucho.

Fui y apenas enmendé mi error me fui de esa casa. Finalmente llegué al paradero, y me subí a un bus azul que me llevaba a casa. Dentro del vehículo había un espacio vacío adelante; pretendía sentarme allí pero en el camino un viejo me tocó el culo. Entonces me di media vuelta y decidí sentarme atrás, lejos de él, y en el camino de vuelta volvió a tocarme. Lo miré con mi mejor cara de mala, mientras que en mi alma retumbaba un “muérete reconchatumadre”.

Me senté atrás, en un asiento donde caía el sol, donde un pequeño niño, que asemejaba en mi imaginario a un duende, saltaba de asiento a asiento. Le dije que por favor se quedara quieto, ya que había sido una mañana un poco difícil, y el niño me dijo que me regalaría caramelos para que sea feliz. Entonces me di cuenta que lloraba, y le dije que no quería sus caramelos, solo quería que deje de llorar y que estuviese bien. Le pregunté por qué tanto llanto, y me dijo que su mamá le había comprado todos los juguetes de Pokémon de la temporada pasada por Internet hace meses, y recién le habían llegado ahora que la nueva temporada era la que estaba en vigencia. El envío se había demorado demasiado, y no podían cambiarlos porque no tenían más dinero; la familia entera se había sacrificado trabajando día y noche para poder comprarlos. Contagié su tristeza, y le dije que todo iba a pasar, que todo pasaba. Miré por la ventana, dejando que los rayos de sol se estacionen en mi cara y me nublaran la vista.

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papi