27/8/11

Ya no te amo

Tanto se repetía que parecía que nunca iba a soñar otra cosa: Corría detrás de la marrón hasta saltarle encima, morderle el cuello y arrojarla al piso, y seguía así hasta que de tanto amor se estrellaba contra una pared y empezaba la vida en el mismo escenario. Se levantó, sacudió la cabeza y se acercó a la comida que había sobrado del día anterior. La hurgó unos minutos y volvió a echarse en su territorio, percatándose que algo había cambiado en el horizonte. Con una pata casi sumergida en el sueño, se incorporó súbitamente cuando sintió a la marrón pasarle por encima, ladrar como una bestia y detenerse frente suyo sin dejarle un intervalo al silencio. La imitó. No lo veían, pero al perro gris, que también ladraba, lo estaba jalando una fuerza conocida aunque incomprensible.

Y así pasó la mañana. Temprano la negra logró conseguir un pedazo de jamón vencido que devoró sin mirar a su compañera. Después de digerirlo echándose unos minutos, se acercó a la marrón y le saltó encima, le mordió el cuello y la arrojó al piso. Siguieron en una rutina similar por varios minutos, hasta que por iniciativa de la marrón, que siempre se cansaba más rápido por ser la más vieja, se echaron a tomar la siesta, guardando la mínima distancia necesaria para asegurar la mejor comodidad. Después vino el almuerzo, en el que las dos consiguieron por su propia cuenta pedazos de carne, aunque la negra consiguió uno masticado. Y después de digerirlo un rato, volvieron a la rutina de todas las mañanas y todas las tardes. En las noches no pasaba nada: ni siquiera conseguían comida escupida.

Y luego el sueño. Otra vez persiguiendo a la marrón, pero sin poder alcanzarla. Después de un trote tan largo que hubiera sido imposible en la vigilia, y que por muchos años había parecido imposible en sueño, la marrón se detuvo, dejó de mover la cola, se volvió a mirar a la negra, se sentó tranquilamente y con elegancia y le dijo: “¿Qué es esto?”. La negra no se exaltó. Maniobró la respuesta con total naturalidad: “No lo sé.” Interrogó de nuevo la marrón: “¿Qué estás haciendo?”. Ante el fatalismo y la totalidad de la respuesta, la negra, mareada, levantó la cabeza como en las mañanas cuando el gris salía a pasear. Olió cuidadosamente para construir el cuarto en la oscuridad, distinguió a la marrón y le empujó la cabeza con la propia. La marrón abrió los ojos pero no se movió. La negra dejó de oler. Se plantó con serenidad, miró el punto donde sabía que estaba su compañera desde el inicio, poco antes que el sueño se volviera la prolongación de todo lo demás, y ladró en palabras la sentencia: “Ya no te amo”.

La perra marrón levantó la cabeza y no la movió mientras que la perra negra daba media vuelta, se acercaba a la puerta e intentaba abrirla parándose en dos patas.

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papi