Lo miré a los ojos. Pensé en huir, pero luego pensé en mi pobre perrita, indefensa, y resolví que debía asumir mi responsabilidad y eliminar al Miedo. De otra manera, se escondería y volvería a acecharme en otro momento, quizás cuando esté comiendo un plato de cereal, cuando esté tomando un jugo de naranja, cuando me esté bañando, o quizás espere en mis zapatos. Salí de nuevo al patio, cogí un arma, y volví a la sala. El Miedo se había movido. Volví a pensar en huir, mi cobardía intentó convencerme de que no podría encontrar al Miedo, que lo mejor era volver a guardar a mi perrita y esconderme en mi cuarto a ordenar mis papeles sin pensar en nada. Justo cuando me disponía a subir las escaleras, encontré sus ojos, y quedé paralizado. El Miedo me miraba sin moverse.
Bajé los pocos escalones que había subido, contemplé a mi enemigo y antes de darme cuenta de lo que hacía arremetí a chocarlo. Fallé la primera patada, pero en la segunda le di de lleno y lo hice pedazos. Cogí un recogedor, junté toda la mierda y boté a la cucaracha al jardín que está al frente de mi casa, temblando voluntariamente para sacarme los insectos imaginarios que se habían escurrido dentro de mis zapatos y mi ropa.
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ResponderEliminar"Todo lo malo que soñé lo toqué, pero está tan oscuro que el miedo no se ve."
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