En un pequeño intermedio de absoluto silencio, me eché en la canoa, a contemplar el cielo, seguro que los peores peligros de la naturaleza no se atreverían a arruinar un momento tan perfecto. Y en ese momento vi el humo, volteé hacia el costado y vi las últimas luces del incendio a menos de un kilómetro de distancia. Quizás no lo sienta ahora, pero cuando amanezca y los monos y otros animales empiecen de nuevo con la cacofonía disonante de la selva, voy a empezar a tener que aguantar el vinagre debajo de mi lengua, y así hasta el día en que me muera.
idem
ResponderEliminarmedi
ResponderEliminar